El traje, dice, es del año 94 y lo diseñó él mismo. Vestido de blanco de pies a cabeza, sentado en un hotel del oeste de Cali, el hombre comienza su descripción por la camisa; es de manga larga y en lugar de un bolsillo tiene tejida una pequeña bandera de Puerto Rico. En la parte de atrás se lee ‘Mr. Salsa’ —grande, letras en azul, amarillo, rojo— porque así lo han llamado desde que comenzó a servir de animador en las descargas callejeras de los años 70 que hacían menos ingratos los días de los latinos del Bronx, en Nueva York. Ya tú sabe’: un día Harlow. Otro, Barreto.
Ahora el pantalón. Es de bota estrecha y a lo largo de la manga izquierda aparece dibujado su nombre, desde el ruedo hasta la pretina, en letras coloridas y mayúsculas. El hombre lo muestra orgulloso. Con la manga izquierda, ayudado por la misma técnica y con la misma paciencia, hizo lo propio, esta vez con el nombre de la agrupación musical en la que trabajó como director de arte durante más de dos décadas. Uno lee ambas cosas y entonces entiende la razón de todo esto, de esa pinta estrafalaria, de él mismo: el nombre de Izzy Sanabria se escribe casi siempre, aparejado, con el de la Fania All Stars.
—Este es un traje excéntrico, sí, pero es que yo no sé ser de otra manera.
Izzy lo aclara con un español a media lengua. A Cali llegó invitado por el IX Festival Mundial de Salsa, que culminó el pasado domingo. Una semana entera en la que no paró de responder las preguntas de los periodistas y de tomarse fotos con todo aquél, que fueron muchos, que lo reconociera en la calle: era él, sin duda, así ya rondara los 75 años, así ya tuviera el cabello cano y no ese look afro, tan setentero, tan de esos tiempos en que se hizo célebre. Era él, el hombre que diseñó las carátulas de los álbumes más emblemáticos de la más grande orquesta salsera de todos los tiempos.
La conocemos de sobra: la orquesta de Cheo, de Celia, de Colón, de Harlow, de Lavoe, de Pite ‘El Conde’ Rodríguez, Ismael Miranda, Adalberto Santiago, Ray Barreto, Santos Colón, Rubén Blades, Bobby Cruz, Ismael Rivera, Tito Puente y esa larguísima lista de estrellas que iluminaron la vida de los barrios populares de América Latina. Todos los que pasaron por la Fania —y aquí el tono de orgullo de Izzy sube el volumen— dejaron su firma en ese pantalón con el que ‘Mr. Salsa’ se pasea ahora por Cali. “Entonces, insisto, este traje es muy excéntrico, pero es el más caro del mundo, cualquier coleccionista pagaría una fortuna por tenerlo”.
Fue por allá, en los comienzos de la década de los 60, cuando empezó todo. Para entonces, la salsa no era aún salsa y la música que la antecedía era esa discusión en el barrio de la que se quejaba rítmicamente el Joe Quijano... Que creen que charanga es pachanga...
Israel Sanabria —su nombre de pila— fungía como maestro de ceremonias en el Club Triton, en Nueva York. Un lugar clandestino que se escondía bajo un viejo edificio y que los jueves era escenario de las descargas tremendas de músicos como Arsenio Rodríguez y Johnny Pacheco, quien hacía muy poco había abandonado la orquesta de Charlie Palmieri para perseguir su propio sonido.
Izzy se recuerda a sí mismo como un chico feliz de aspecto hippie y no más de 17 años, a quien de niño su mamá veía dibujar repetidamente en Mayagüez, Puerto Rico, la ciudad donde nació, las letras de las cajas de los cereales sobre la mesa del comedor.
Es que a Izzy le gustaban las artes, los museos, el color, las formas. Y desde la adolescencia —ya en Nueva York, a donde había emigrado con su familia— aprendió a tener dólares en los bolsillos haciendo carteles y cruza calles para los almacenes y decorando las vitrinas en las navidades.
Pero el muchacho tenía también chispa. Y humor. Por eso estaba allí, de maestro de ceremonias en el Triton, la noche en que se animó a pedirle a Pacheco que le permitiera diseñar la carátula de su primer álbum.
El asunto, sin embargo, ya se había resuelto antes. Eso le dijo el músico dominicano. Izzy no se rindió y le pidió a Pacheco la indicación del encargado de esa tarea. Fue así como Sanabria terminó en las oficinas de Alegre Records, de Al Santiago, ese visionario músico del Harlem Hispano que hizo de su tienda de discos un sello discográfico. “Yo lo único que hice fue llevarle mi propuesta y esperar sin muchas esperanzas. Pero al día siguiente me llamó porque le había encantado”.
Ese álbum es de 1961, se tituló ‘Pacheco y su charanga’ y era también el primer hijo en vinilo prensado por Alegre. Fondo amarillo mostaza, el nombre en letras delgadísimas y negras y al lado una figura grácil con sensación de movimiento. Izzy Sanabria la había dibujado pensando en los movimientos que le veía a Pachecho cuando interpretaba su flauta sobre la tarima.
Fue un éxito. El álbum más vendido ese año en Nueva York, cuya carátula terminó también decorando, a manera de afiches, los bares de música latina de la época.
Un álbum con que el Izzy Sanabria, tal vez sin saberlo, marcaba una línea con un antes y un después: hasta entonces, los empresarios de la industria discográfica, apurados más por la calidad de la música, reservaban para las portadas de sus discos cualquier foto tomada de emergencia con el cantante o la agrupación que deseaban promocionar. Sin mayor propuesta. Además, de eso estaban seguros, la música latina poco vendía.
Sanabria, en cambio, apostó por interpretar a través de la creación de sus carátulas el universo musical latino para simbolizar así a la juventud hispana de los Estados Unidos.
—Es que a mí me pasó. Todos los referentes que tuve en mi juventud eran muy americanos. De hecho, yo asistí al Festival de Woodstock del 69, descalzo, poseído por aquello de paz y amor. Hasta que entendí que con todo lo que estaba pasando con la música latina en esos años, y que los norteamericanos miraban tan feo, porque era negroide y era vulgar, lo que se estaba gestando era nuestra verdadera identidad cultural. Yo siento que representé a esa nueva generación de jóvenes puertorriqueños, que eran los hijos de los inmigrantes que llegaron en masa a Nueva York en los 50. Así que no nos sentíamos ni americanos, ni latinos. Entonces, lo que hice, o al menos intenté, fue intentar reflejar esa naciente cultura.
Era cierto. El Izzy que veo ahora es mucho más joven y hace la antesala de una presentación del ‘judío maravilloso’ Larry Harlow, acompañado del pregón portentoso de Ismael Mirada en una calle del Bronx, en donde vivían los hijos de los primeros inmigrantes puertorriqueños en la Gran Manzana.
La grabación es de 1968 y es fácil de rastrear en YouTube. A Izzy se le observa haciendo lo de siempre, lo que mejor le salía: calentar los ánimos del público, anunciar a los artistas que estaban en escena. Fue lo mismo que hizo durante casi dos décadas con la Fania. Lo que se puede ver también en esa película que amamos los salseros que es ‘Nuestra cosa latina’.
Porque sucedió que Pacheco se cansó de Alegre Records y se fue un día con el rebateo de su flauta a fundar su propio sello, con la complicidad y el dinero de Jerry Masucci, el abogado que le había dado la mano durante un divorcio traumático. Y lo que juntos crearon ya es historia contada y cantada: una orquesta como la Fania All Stars es como los escritores excepcionales. Solo nacen, dicen, una vez cada siglo.
Confiado en el talento y creatividad desbordadas de Sanabria, que abrevó su inspiración como diseñador gráfico del surrealismo de Salvador Dalí —a quien conoció personalmente en España y llama su ‘dios’— Johnny Pacheco lo convirtió en el director de arte de Fania Records.
Y, al tiempo, en el maestro de ceremonias de los conciertos de su orquesta por el mundo. Izzy, ubicado siempre a un costado del escenario, presentaba a los músicos uno a uno y el rol que desempeñaban. Cada nuevo anuncio de Sanabria se convertía de inmediato en un aplauso, en una ovación. Ya es leyenda que ninguna función de Izzy se parecía a la anterior. Ese era su sello: reinventarse. Así la Fania estuviera en Japón, tan lejos de Nueva York, tan lejos del barrio, Sanabria se las ingeniaba y aprendía japonés para contagiar con la misma alegría al público foráneo.
Solo cuando él terminaba, cuando la voz de Izzy Sanabria callaba, Pacheco levantaba sus manos y daba a sus músicos la señal: el show, por fin, arrancaría.
“Mi intención fue capturar la atención del mundo”, asegura Sanabria, cuya voz aparece en dos grabaciones de Fania: ‘Live at the Cheetah’ de 1971, y ‘Live at the Yankee Stadium’, editado dos años más tarde.
La gozadera había comenzado en 1964. Desde entonces, de la mano de Sanabria fueron naciendo carátulas de culto. Casi unas cien. Esas rarezas de las que hoy se precian los coleccionistas de la salsa porque para entonces tan importante resultaba el diseño de la carátula (y la enumeración de cada uno de los músicos que habían participado, en la contraportada) como la música misma que contenían los vinilos.
Lo entendió a tiempo el propio Izzy, que puso a un Larry Harlow desnudo abrazando a un gorila en el álbum ‘Me and my monkey’. Que convenció a Ray Barreto de ser primero un Sansón en ‘Power’ y luego posar a la manera de un Superman en ‘Indestructible’, inspirado en la fiebre de los cómics que se vivía en Estados Unidos. Que hizo de Willie Colón un delincuente perseguido por el FBI en uno de sus trabajos más controversiales: ‘Wanted by FBI for: The big breack’.
Sanabria recuerda este último álbum y se echa a reír. “Fue tal el impacto, que después de la carátula número 5 mil del disco, una gente del FBI llegó hasta la oficina de la Fania para solicitar que el nombre de la entidad fuera retirado”.
Izzy recuerda también que la abuela de Willie Colón “casi entra en colapso pues de verdad creyó que su nieto no andaba en la música, como él siempre le decía, sino en problemas con la ley pues en la promoción del disco decíamos que Willie había creado una peligrosa banda, haciendo referencia a su banda de músicos”.
Mientras tanto, las descargas que todos estos artistas interpretaban iba adquiriendo una sonoridad fácilmente identificable, pero sin nombre.
“Nunca me pareció que eso que estaba sucediendo debía llamarse música latina, a secas. Porque el tango es música latina. La cumbia es música. ¿Qué coño era entonces lo que nosotros hacíamos? Pensando en eso, en medio de las presentaciones, yo comencé a imaginar en nombres posibles. Y recordé que cuando una descarga está muy buena se dice que los músicos están ‘cocinando’”.
Izzy, pues, arrancó a soltar palabras. Ensayó varias hasta que les hizo caer en cuenta a todos que lo que le daba sabor a la comida latinoamericana era la salsa. ¡Salsa! Era eso lo que faltaba.
“Hay quienes discuten que no fui yo quien inventó el término. Que fue dizque un locutor venezolano. Pero que ya tenga 75 años no quiere decir que tenga mala memoria. Muchos participamos, en medio de la gozadera de las grabaciones y ensayos, de la creación del nombre. Incluso, a algunos al comienzo no les agradó. Barreto entre ellos. Pero yo la fui mencionando en los conciertos y la gente comenzó a bailarla así, a llamarla así. Y entonces yo me puedo morir feliz porque no solo ayudé a inventar el término. También logré, con mi locura y mi excentricidad, que millones disfrutaran de la mejor orquesta que la interpretó jamás. Esa que llevo pintada en mi pantalón”.
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