Mi abuela me enseñó a respetar y apreciar al jíbaro y a todo lo puertorriqueño. La década del '50 fue una era emocionante para los latinos en Nueva York. Cuando era niño, me encantaba escuchar a los veteranos sentados sobre bidones de leche delante de la Bodega de Daví, cantando décimas y aguinaldos. Sentía orgullo al verlos desafiarse el uno al otro con sus versos. Me encantaban las palabras complicadas, la rapidez de su ingenio. Quería poder expresarme de esa manera.
El Ciego es el campeón de la cuadra. Puede desafiar a cualquiera, con tal que Daví siga sirviendo cervezas. Es el apogeo de la música bailable. El Palladium está que arde. En el Bronx hay muchos lugares bailables, donde se puede ir bien vestido y bailar durante toda la noche. Es la magia de Nueva York.
Para la generación nuyorican de bailadores, la vieja música para guitarra y cuatro es aburrida. Se burlan de ella, llamándola guilinguín guilinguín. Existe una separación entre los jíbaros boricuas que aprecian esta música folklórica tan lírica, y la nueva generación de puertorriqueños de Nueva York que apenas hablan español y expresan su identidad latina a través de sus cuerpos, en la pista de baile. El nombre jíbaro tiene una connotación despectiva. Habiendo sido criado por una jíbara de la vieja escuela, yo me encontraba justo en el medio de este fenómeno. Los jíbaros y sus cuatros en la bodega que estaba al lado de mi edificio, y los rumberos tocando sus congas en los terrenos baldíos y el patio de la escuela. Son los cimientos culturales en los que se basaron mi vida y mi carrera.
Estamos a finales de los '50. Mi madre trabaja en una lencería ubicada en la calle 149, cerca de la avenida Brook. Después de la escuela, voy caminando a la tienda. Es más de una milla, recorriendo una variedad de vecindarios. Caminando por St. Mary’s Park, hago una izquierda en la tienda de mascotas en la esquina de St. Anne y la 149. Siempre me detengo para ver los animalitos antes de llegar a Maury’s Lingerie. Mientras visito a mi mamá, un cliente entra en la tienda. Salgo a la calle por un rato; después de todo, comprar ropa interior es algo bastante íntimo. Mientras espero, camino hasta la mitad de la cuadra y miro en la ventana del bar La Campana. Hay un grupo tocando adentro; uno de esos tríos guilinguín guilinguín. Hay un cartel que dice: “Viernes por la Noche: Yomo Toro”. Trato de mirar, pero alguien me aleja de allí, para que no vea a las coristas.
Durante los años '60, marcados por la guerra de Vietnam y el movimiento de los derechos civiles, los rumberos se han apoderado de la cuadra. A la noche, guardan sus tambores y salen a bailar, o escuchan los programas radiales de Symphony Sid o Dick Ricardo Sugar. Las descargas en las escuelas y los parques han crecido. Hay mucha gente, y todo tipo de músicos aficionados que vienen a tocar, incluyéndome a mí. Tengo unos 12 años. La mayoría de los congueros son puertorriqueños. Papín es cubano y trae su bajo. Fernando es dominicano y toca el violín. Tijoe es afroamericano; él y yo tocamos la trompeta. Guaguancó, bomba, plena. La música representa nuestro espíritu e identidad.
Casi todos los mayores se han ido. Fueron llevados a Vietnam, o están en la cárcel, principalmente por drogas - o murieron por uno de los dos. Mientras el apartheid estadounidense está en sus últimos estertores, miramos a Martin Luther King caminando por Selma en la televisión en blanco y negro. La policía, blanca y racista (altura mínima: 6 pies con 5) clausura nuestras descargas bajo los cargos de "reunión ilegal" o por "perturbar la paz". Sentimos que somos parte del movimiento. Regresamos al día siguiente si el clima y las condiciones lo permiten. Una pizca de desobediencia civil, en solidaridad con la causa.
Es 1971. Héctor Lavoe y yo tenemos una serie de éxitos en nuestros primeros seis discos. Las cualidades de jíbaro de Héctor me inspiran a intentar un experimento loco. Visito a Jerry Masucci, presidente y dueño de la Fania, que ahora cree que tengo el toque del rey Midas, para proponerle un disco navideño. Empiezo a explicarle que será un disco de navidad jíbaro, cuando Jerry me interrumpe. "Yeah, yeah yeah", me dice. "Tráeme el disco. No necesito saber nada más". Yo estoy feliz, y comienzo la preproducción de Asalto Navideño. Asalto era una palabra perfecta para nosotros, que habíamos adoptado una imagen cómica de malandrines. El asalto es una tradición puertorriqueña en la que los cantantes de villancicos van de visita a las casas. Si el dueño no tiene nada para ofrecerles, los asaltantes le cantan insultos por ser tan tacaño.
Me mudo a Woodlawn, la zona irlandesa del Bronx. En el lado opuesto de mi departamento hay dos tiendas vacías. Las alquilo y las unifico. Traigo un piano y preparo el espacio a prueba de sonido, transformándolo en una sala de ensayos.
Marty Sheller vive cerca, en Co-op City, y Asalto es nuestro primer proyecto juntos. Marty me ayudar a orquestar los bosquejos que escribí para "Popurrí" (una selección de aguinaldos), “Esta Navidad” y “La Murga”. Héctor me ayuda a terminar las letras. El es mi conexión con el mundo jíbaro. Le pido que encuentre algunas canciones originales, y me trae “Aires De Navidad” de Robertito García, “Vive Tu Vida Contento” y “Canto A Borinquen”, ambas de "Ramito" Flor Morales Ramos.
Los arreglos están listos, y ahora hay que llevar a cabo nuestro primer ensayo formal. Llamo a los muchachos: Milton, Mangual, el profesor Joe, Santi, Willie Campbell, Roberto García, Louie Romero. Ensayamos durante toda la noche. Cuando vuelvo a la mañana, veo que la fachada del lugar está destrozada. Seguramente fueron los caballeros del bar de la esquina. Llamo a Mikey del viejo barrio, trabaja en construcción. Lo contrato para que construya una pared de ladrillos con dos ventanas a prueba de bala. Habiendo resuelto ese problema, podemos seguir con el disco.
Finalmente, estamos listos para reservar el estudio de grabación. Escucho el programa radial de Polito Vega, que está tomando llamadas. Uno puede cantar lo que quiera por teléfono, y Polito tiene a Yomo Toro con el cuatro para acompañar a los que llaman. Le pregunto a Héctor si conoce a Yomo. Dice que Robertito lo conoce bien. Invitamos a Yomo a la grabación.
La gente se entera de esta idea loca, y hasta Polito viene a la sesión. Parece una fiesta. El grupo está bien ensayado, encendido, listo para crear. Aparece Yomo, y Pacheco empieza a entender todo lo que está pasando. Le pregunta: "¿Qué haces aquí? ¿Viniste a grabar con Ramito? Yomo se fusiona con la banda como si hubiera tocado con nosotros por años.
Todos sienten la buena vibra. Polito está emocionado y quiere participar. Le pedimos que narre la introducción, mientras tocamos un seis chorreao con Yomo. Polito hace un trabajo impresionante con sus improvisaciones.
En ese momento, sentimos que estábamos creando algo nuevo. Pero fue mucho más que eso. Yomo se convirtió en integrante de la Fania All Stars, y un favorito de la salsa. Asalto Navideño ha sido uno de los discos más vendidos en su género. “La Murga” es un clásico internacional, y uno de los temas más grabados y sampleados de la música tropical. A un nivel personal, Asalto Navideño me permitió reconciliar al jíbaro y el rumbero que viven dentro de mi.
Escrito por Willie Colón
martes, 14 de diciembre de 2010
Willie Colon & Hector Lavoe Asalto Navideno Deluxe Edition
9:14
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fuente Fania.com
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