El mítico Willie Colón reaparecerá después de 10 años en el Lehman Center for the Performing Arts el 18 de agosto a las 8:00 p.m., noche que se perfila como muy especial porque fue en el Bronx donde nació hace 62 años.
Comenzó a tocar la flauta y el clarín a los 11 años, luego siguió con la trompeta hasta que se enamoró del trombón y desde entonces siempre lo acompaña; con este se consagró entre los mejores intérpretes del mundo. Además, es un ciudadano consciente que colaboró con el ex alcalde Edward Koch como asesor de Turismo y en el 2004 fue nombrado asistente especial del alcalde Bloomberg y asesor del alcalde, puesto que desempeña hasta la fecha. El artista es uno de los pocos que se da el lujo de tener una placa con su nombre en un edificio de la ciudad (en la esquina de Grand Concourse y la calle 161, del Bronx).
Con motivo de su histórico regreso a cantar al Bronx, conversamos con Willie Colón.
Con motivo de su histórico regreso a cantar al Bronx, conversamos con Willie Colón.
Tu primer disco se llamó El malo, hoy tienes más de 40 y aún te llaman así, ¿por qué?
Hacía muchas maldades, no tenía hermanos, me crié entre mi mamá y mis hermanas en un barrio que era bravo, así que si me daban una pela, yo los cogía cuando se descuidaban y se las cobraba.
Hace más de 10 años de tu última aparición en Lehman Center for the Performing Arts, ¿cómo te sientes con el regreso?
La verdad es que estaba envidioso de ver tocar a otros; por fin me llamaron y me dio mucho gusto.
¿Cuál de tus facetas artísticas disfrutas más?
Para mí, lo más importante es el tiempo que estoy en tarima frente al público, el poder comunicarme con los fans, que me vean y me escuchen en persona. La verdad que esos momentos son los que mantienen la música; el disco es ahora un accesorio de apoyo para poder hacer conciertos.
¿Hay un disco en agenda?
No sé, tengo ideas para canciones, pero me apetece la idea de comprar una finca y criar chivos. No sé cuánto tiempo duraré, pero tengo 62 años y pienso que hay que enganchar el trombón. Ya llevo 45 años tocando y todavía me encanta, pero los viajes son más fastidiosos cada día. Por eso, volver a tocar a mi casa, el Bronx , es un lujo.
¿Por qué ya no te gusta viajar?
Los viajes son muy largos y no deseo ser mal agradecido, pero, por ejemplo, si voy a Ecuador o a Colombia, son tres días de preparación desde que tomo el avión hasta que llego al lugar y a veces para llegar a donde tengo que trabajar son varias horas por carretera, ya uno llega cansado, estropeado.
Por ejemplo, en una ocasión tenía un contrato en la ciudad de Machala, en Ecuador. Llegamos cansados y quise descansar, entonces el alcalde se presentó en la recepción del hotel y dijo que si no bajaba para una conferencia de prensa, me iba a meter preso. Luego el show y cuando terminó, regresar al hotel para descansar, levantarse cuando canta el gallo y de nuevo al avión para regresar a Guayaquil y tomar desde allí el avión a Nueva York.
Uno de tus discos emblemáticos es Siembra junto con Rubén Blades. Surgieron problemas entre ustedes, pero hay un público que desea verles juntos otra vez, ¿podría esto suceder?
Nunca digo de esta agua no beberé; nunca digo nunca.
Entonces, tal vez si se sientan y conversan, ¿se podría dar el reencuentro?
La cosa no es de sentarse a hablar, se dijeron cosas muy fuertes; ahora sería pararse uno frente al otro, que él me dé un puño en la cara y yo otro a él.
¿Cómo crees que está la salsa en estos momentos?
Creo que está bien en América Latina y aquí de cierto modo, aunque pienso que el reguetón está tomando fuerza otra vez.
En el 1977 hiciste una obra muy importante para la cultura de Puerto Rico, El baquiné de los angelitos negros. ¿Has planeado hacer otra obra similar?
A mí lo que me encantaría es hacer un documental sobre Héctor Lavoe porque la película de Jennifer (López) y Marc Anthony ha sido muy dañina para la imagen de él. Sensacionalizaron que Héctor fue un drogadicto, cuando debieron destacar su legado; eso es lo que yo quisiera hacer.
Hacía muchas maldades, no tenía hermanos, me crié entre mi mamá y mis hermanas en un barrio que era bravo, así que si me daban una pela, yo los cogía cuando se descuidaban y se las cobraba.
Hace más de 10 años de tu última aparición en Lehman Center for the Performing Arts, ¿cómo te sientes con el regreso?
La verdad es que estaba envidioso de ver tocar a otros; por fin me llamaron y me dio mucho gusto.
¿Cuál de tus facetas artísticas disfrutas más?
Para mí, lo más importante es el tiempo que estoy en tarima frente al público, el poder comunicarme con los fans, que me vean y me escuchen en persona. La verdad que esos momentos son los que mantienen la música; el disco es ahora un accesorio de apoyo para poder hacer conciertos.
¿Hay un disco en agenda?
No sé, tengo ideas para canciones, pero me apetece la idea de comprar una finca y criar chivos. No sé cuánto tiempo duraré, pero tengo 62 años y pienso que hay que enganchar el trombón. Ya llevo 45 años tocando y todavía me encanta, pero los viajes son más fastidiosos cada día. Por eso, volver a tocar a mi casa, el Bronx , es un lujo.
¿Por qué ya no te gusta viajar?
Los viajes son muy largos y no deseo ser mal agradecido, pero, por ejemplo, si voy a Ecuador o a Colombia, son tres días de preparación desde que tomo el avión hasta que llego al lugar y a veces para llegar a donde tengo que trabajar son varias horas por carretera, ya uno llega cansado, estropeado.
Por ejemplo, en una ocasión tenía un contrato en la ciudad de Machala, en Ecuador. Llegamos cansados y quise descansar, entonces el alcalde se presentó en la recepción del hotel y dijo que si no bajaba para una conferencia de prensa, me iba a meter preso. Luego el show y cuando terminó, regresar al hotel para descansar, levantarse cuando canta el gallo y de nuevo al avión para regresar a Guayaquil y tomar desde allí el avión a Nueva York.
Uno de tus discos emblemáticos es Siembra junto con Rubén Blades. Surgieron problemas entre ustedes, pero hay un público que desea verles juntos otra vez, ¿podría esto suceder?
Nunca digo de esta agua no beberé; nunca digo nunca.
Entonces, tal vez si se sientan y conversan, ¿se podría dar el reencuentro?
La cosa no es de sentarse a hablar, se dijeron cosas muy fuertes; ahora sería pararse uno frente al otro, que él me dé un puño en la cara y yo otro a él.
¿Cómo crees que está la salsa en estos momentos?
Creo que está bien en América Latina y aquí de cierto modo, aunque pienso que el reguetón está tomando fuerza otra vez.
En el 1977 hiciste una obra muy importante para la cultura de Puerto Rico, El baquiné de los angelitos negros. ¿Has planeado hacer otra obra similar?
A mí lo que me encantaría es hacer un documental sobre Héctor Lavoe porque la película de Jennifer (López) y Marc Anthony ha sido muy dañina para la imagen de él. Sensacionalizaron que Héctor fue un drogadicto, cuando debieron destacar su legado; eso es lo que yo quisiera hacer.
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