martes, 7 de agosto de 2012

Que va a llegar un demonio atómiko y te va a limpiar



Poco antes del despegue del malévolo boom de la salsa, cuando se hizo y deshizo lo mejor y lo peor del género, Willie Colón y Héctor Lavoe publicaban en 1973 una producción que todos creyeron iba a ser la última que harían juntos: Lo mato (si no compra este LP).


El asunto era un secreto a voces: la relación entre ellos estaba empezando a ser muy tensa. Después de seis años juntos y casi una decena de discos de éxito creciente, el precio de la fama y otras mañas imprevistas comenzaban a afectarles.


Willie estaba muy cansado de que Héctor llegara tarde a los ensayos, llegara tarde a los conciertos, llegara tarde a todas partes; estaba hundido hasta la nariz, trabado más que colocado, en el mundo de la heroína.


Y eso, para una banda con la agenda llena de presentaciones, era terrible. Colón, por su lado, no escapaba a ciertos descontroles y problemas personales, porque ninguno de los dos era un santito.
Por tanto, mantener el rompecabezas de una sola pieza estaba resultando una tarea titánica.


William Anthony y Héctor Juan, cuando la procesión iba por dentro
Lo mato, sin embargo, parece un disco ajeno a lo que se cocinaba alrededor, pues tiene una frescura que sale a borbotones de cada una de las canciones.


El barrio y toda su guapería está presente, pero a la vez está plasmada la querencia por la vida sencilla, casi bucólica que ofrecía esaidea llamada Puerto Rico.


Guajira ven no es más que un canto a la ruralidad de la isla (tal y como hablé en Mi Jaragual, de Ismael Rivera), a la vida mansa en el campo con su conuco y los pajaritos. No deja de ser curioso que mientras los puertorriqueños que estaban en Estados Unidos añoraban esa tranquilidad antillana, los que vivían en Borinquén se burlaban risueñamente de ella: para muestra está El pío pío, de la Sonora Ponceña.


El canto del barrio se manifiesta en Señora Lola, donde se invita al marido de la susodicha a que aguante el bembo (que se calle la boca, pues), antes de que le soplen una galleta. Y la creciente influencia de la música brasileña se acentúa en La María y en Vo so, en las que el canto amoroso o la bachata encuentran tierra fértil.

Dejando a un lado ese barniz de nostalgia y picaresca, otras canciones van directas como un uppercut a la mandíbula del oyente. Los críticos aclaman unánimemente dos temazos incluidos en este álbum: Calle Luna calle Sol, y El día de suerte. 

El primero, porque narra las desventuras de dos de las calles más "peligrosas" del viejo San Juan, cuando en realidad ellos vivían una situación mucho más acuciante: ese Nueva York que no sale en las postales y donde el malandraje campaba a sus anchas.

La segunda, porque algunos han pensado que se trata de un testimonio biográfico de Lavoe, cuando en realidad no es así. Habrá uno que otro matiz circulando en las letras de esa bomba, pero no es, definitivamente, la historia de su vida (porque en realidad su vida fue mucho peor) sino la de cualquier latino de barrio que lucha contra la adversidad.

De todo el disco, a mí me mueve particularmente Todo tiene su final, pues está impregnada del ambiente poco halagador de esos años de guerra fría, el fracaso de Vietnam, la inminente amenaza atómica y la crisis económica producto de la Guerra del Yon Kippur. No eran tiempos para ser optimistas:


Todo tiene su final, nada dura para siempre
Tenemos que recordar que no existe eternidad.
Como el lindo clavel sólo quiso florecer
Y enseñarnos su belleza, y marchito perecer.
Todo tiene su final nada dura para siempre
Tenemos que recordar que no existe eternidad.
Como el campeón mundial dio su vida por llegar
Y perder lo más querido: en las masas otro más.

Esta increíble -y premonitoria- guaracha que tiene muchísimo sabor, cuenta en su arreglo con un solo de piano del profesor José Torres que obliga a repetir la escucha, dada la calidad de las teclas. Torres fue el que suplantó a Mark Dimond en la banda, cuando Richie Bonilla asumió la gerencia del grupo y había decidido sacar a "los más drogadictos" de ese conjunto. Con el paso de los años, Torres llegó a convertirse en una de las llaves de la orquesta de Willie, además de José Mangual Jr. y Milton Cardona, soberbios percusionistas.

Pocos meses después de la salida de este disco el mundo de la salsa recibía una noticia devastadora: Willie Colón dijo no puedo más, hasta aquí llego, y disolvía la orquesta. Este duro mazazo conmocionó al mundo de la música latina, pero fue aprovechado -faltaría más- por Fania Records para lanzar al estrellato la carrera como solista de Héctor Lavoe, elevándolo poco a poco a la categoría de mito. 

Willie, por su parte, decidió apoyarle en la producción de sus nuevos álbumes, mientras se introducía en otros terrenos y se impregnaba de experimentaciones que culminarían con esa dupla determinante que hizo con Rubén Blades.
Nueve años más tarde, Héctor y Willie volverían a grabar juntos por última vez. Pero ya todo era diferente.

-Dejo sin explicar muchas cosas sobre Willie, y muchas cosas más sobre Héctor, lo sé. Pero quedan todavía decenas de discos por reseñar. Será en ellos donde iré desgranando poco a poco esas historias. Sean pacientes. :)
-Otro asunto: mucho se ha hablado de la portada de Lo Mato, como "ejemplo del malandraje que habitaba en esa música de niches llamada salsa".
Es que hay gente que es corta de cerebro: la foto violenta es puro manejo de imagen, porque él era El Malo y le gustaba venderse así.
Basta ver la contracara para comprobar el juego.

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