jueves, 31 de octubre de 2013

Rubén Blades vibró en una noche de Leyendas



La cuenta regresiva para la aparición de Rubén Blades corre con la alterada rapidez del tiempo. Falta poco, solo minutos, segundos y el público prepara sus pulmones respirando atropelladamente, y es que el delirio se ha instalado en el gramado del Nacional de Lima.

12:14, madrugada del domingo. Rubén Blades está de vuelta. Ingresa a escena. Saluda al público y se cofunde en un abrazo con su amigo Luis Delgado Aparicio "Saravá" quien minutos atrás a sido brevemente homenajeado.

El panameño viste sastre gris. Su característico sombrero oscuro es infaltable. Lleva lentes. Con micrófono en mano inicia con "Plástico" provocando en el público casi por inercia, el movimiento del cuerpo, propio del éxtasis de su música.

El panameño es eficaz en su poder narcótico.

Es como un imán, como una tentación a la que no podemos decir NO. "Las calles", agrega. Blades demuestra que su más de 40 años en los escenarios tiene razón de ser.

Es el comienzo de su show y el público, su público se ha entregado a cuerpo y alma, vibran con cada sonido de los timbales, de la trompeta. Ahora nos acerca al paraíso con "Decisiones"; los fans mueven el cuerpo, ya no bailando sino flotando. Rubén ha puesto a cocinar a fuego lento el cuerpo de la gente.

El público es caritativo y lo demuestra coreando "Juan Pachanga". Es saberse algo como el padre nuestro. La garúa es intensa. El público no se afecta. Todo lo contrario, los pasos de salsa le sacan la vuelta al pesado clima.

El poeta de la salsa nos regala "La Caína". Una bandera panameña flamea frente a él. Blades se voltea y camina en dirección a sus maracas que llevan el color de su país. Las coge y hace música con ellas. Sigue con "Amor y Control".

Algunos se pasan la mano por la frente y es que el sudor se apoderado de ese espacio del rostro. Los pies a estas alturas estallan de dolor, los muslos se quejan pero las ganas de bailar cada pieza del ícono de la música lo puede todo.

En cantante sabe que ya es la hora de sacar la artillería pesada. La que corre por las venas de todo peruano con sus "Todos vuelven". El escenario se involucra en la canción con un espectacular juego de luces de color rojo y blanco. El pueblo se mueve con bravura.

"Por tu mala maña", nos dice. "Yo puedo vivir del amor", responde la siguiente canción.

En episodio de su concierto Blades recuerda con orgullo a su amigo y gran salsero Héctor Lavoe. Ese Lavoe que inspiró al panameño a componer "El Cantante", esa canción que inmortalizo el fallecido Héctor Juan Pérez Martínez. Pero hoy vuelve al ruedo con Rubén.

Lima se emociona, vibra, explota: un estado incontrolable.

Él va por las maracas. Baila, abre los brazos. El escenario nuevamente se roba la mirada de los asistentes. Una pantalla gigante muestra una foto en blanco y negro de Rubén y Héctor. El salsero nos señala la fotografía de Lavoe.

"¡Héctor vive!", le dice a Lima mientras observa la fotografía que se ha robado el show. La humildad de Rubén se percibe una vez más: hace un ademán con la mano. Saluda a su entrañable amigo.

Tras ello, la llovizna desaparece milagrosamente. Nadie entiende el motivo. La garúa se detiene, le guarda respeto a un "matón de sombrero de ala ancha de medio lao... con un diente que cuando ríe parece brillando" que no es otro que "Pedro Navaja". Los aplausos del respetable no se hacen esperar. El pueblo ha triunfado. El salsero, dueño de una noche de ensueño, se retira no sin antes despedirse de todo el Perú.

Un grito muy particular retumba y se deja arrastrar por la corriente de los asistentes de adelante hacia la zona popular. Un espectador llama a Rubén Blades.

El cantante se acerca al filo de la tarima. Se agacha, lanza un beso y dibuja una sonrisa en su rostro. Visiblemente emocionado coge entre sus manos un cuadro donde están graficados "El Papá de la Salsa", Frankie Ruiz; el inigualable Héctor Lavoe seguido por el mismísimo Ruben Blades. Tres estrellas que nos han deleitado con lo mejor de la salsa durante décadas.

Rubén, se retira. "Muchas gracias que Dios me los bendiga", nos dice. El escenario apaga sus luces.

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