viernes, 20 de julio de 2012

LARRY HARLOW El Judío Maravilloso "Un baluarte del despegue salsero en la Gran Manzana"

Por: Luis Delgado-Aparicio Porta
Hoy la universalización del tambor es muestra que el globo terráqueo se ha africanizado, al menos en lo que al sonido se refiere. Esta singular expansión se inicia a fines del siglo XVIII, cuando los negros esclavos empiezan a liberarse de las inmundas cadenas, se convierten en hombres libres y muchos, con conocimientos musicales se incorporan a los sosos conjuntos de la época. Sus dueños, sabedores de la corriente europea que propugnó la libertad de todos los seres humanos, primero los manumiten, esto es, les dieron voluntariamente libertad a sus esclavos. La otra se denomina coartación, donde los familiares iban comprando de sus dueños, poco a poco a sus parientes para que sean libres, según el voluminoso libro de Sir Hugh Thomas Cuba: en busca de la libertad (Da Capo Press Edition, i988, New York, USA, páginas 156, 292, 445).
Su antecedente musical aparece en nuestras diversas publicaciones que desde el año 2002 (recordamos el gran esfuerzo de su fundador y director, Enrique Vigil, quien el próximo mes de octubre celebrara diez años) aparecen en esta WEB. Señalamos en “La música patogénica en el trabajo” que el ritmo negro brota de las emociones, tiende a la motricidad, la división de los sonidos y la danza, contraria a la música logogénica, esta es blanca, que surge de la expresividad del lenguaje y tiende a la reflexión, siguiendo primero al eminente etnomusicólogo Curt Sachs y luego es su voluminoso compendio La Africanía de la música folclórica en Cuba, debidamente completado en Los bailes y el teatro de los negros. Esta es extraversa, para la acción y el baile, mientras que la blanca es intraversa, dirigida hacia la reflexión y el análisis. Así, los negros de las diversas etnias o Reglas que habían interpretado sus músicas en los cabildos de nación y barracones, se incorporan, poco a poco, a los conjuntos de la época. Estos tocaban música europea, sea contradanza, rigodones, seguidillas, polca y minuet, empero, con la participación de la negritud, ellas empiezan a evolucionar hacia compases más festivos, producto del sabor y la sandunga que impulsa sus vigorosas cadencias. La incorporación mulata de ciertos instrumentos típicos la hace mas picante.





Larry Harlow, "El Judío Maravilloso"
De allí la gran evolución a partir del siglo XIX, en lo que se denomina la “metáfora del café con leche”, donde “una gota prieta en un lago blanco, basta para darle el germen decisivo de la alegría”. Sostenemos que este aporte fue una suerte de virus o bacteria, valga la expresión, que bajo el dominio de los cueros ha invadido el orbe, cual alfil festivo en todas las latitudes. Si bien en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX aparecen las variantes europeas como la Habanera y la Contradanza española, con la Danza, el Bolero, Danzón, Son Montuno, Rumba, guaracha, etc, su difusión se generaliza en América con la Radio desde 1920, en Europa con las orquestas cubanas en 1930, expandiéndose mundialmente recién a mediados de 1970, cuando el movimiento musical bajo el emblema de la “SALSA” se hace planetariamente favorita, no sólo por sus diversos matices, sino como un sentimiento de emociones que radican más en lo inductivo que en lo deductivo. Antiguamente, la metáfora de la nación mulata intenta reflejar un fenómeno biológico, ergo, el matrimonio interracial entre españoles, criollos y negros, quedando disuelta en el siglo XX cuando el tambor invade el orbe, siendo la música aceptada en los cinco continentes y, como bien decía el sabio Fernando Ortiz, es “un ajiaco”. De ello es fiel protagonista el señor Larry Harlow.

Ella es una pasión abstracta que su impulso genera, capturando nuestro sentir y aficionándonos a su melodía por sus derivaciones rítmicas que se nos incrustan. No compite con lo ontológico ni lo epistemológico, imposible de medir ni calcular en lo mercurial su impacto. Por ello es importante determinar sus raíces, siendo relevante el nuevo libro Sin Clave y Bongó no hay Son de Fabio Betancur Álvarez (Editorial Universidad de Antioquia – 259 páginas – 1999, Colombia). Establece que las “Músicas negras neoafricanas y restafricanas, son algunas de las expresiones que determinan la influencia de ese continente en la música actual de América Latina. Del siglo XVII hasta hoy, las músicas negras de antecedente africano han cambiado la textura sonora, convertidas en polos de atracción, como el samba en Brasil, la rumba en Cuba y el jazz en Norteamérica” (SIC).

Ella se difunde por diversos medios, y cual planta como la enredadera, abraza a los danzantes sea cual sea su origen, piel y locación. Así, la música se apodera de nosotros con solo escucharla, revelándonos que lo desconocido se torna conocido por un proceso de maduración inmediato, virtud que otros géneros definitivamente carecen. Tan cierto es, que la teoría esbozada hace décadas sobre la mágica presencia de los “glóbulos negros” cada vez se fortalece al demostrarnos que no hay que ser negro ni mulato para ser portador imaginarios de ellos, sino que ellos se apoderan de nosotros casi por ensalmo, inoculándonos su cadencia y sabrosura en base a su sandunga, su rasgo emblemático. Así, desde la segunda mitad del siglo XX el “huracán salsero” llega a tener fortísima presencia en el mundo, siendo su epicentro Nueva York, haciendo que todo lo que los vincule gire a su alrededor.

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